Hablar de mestizaje, y hacerlo desde las calles de nuestros barrios, no significa volver la vista atrás a esas retóricas racistas que enfatizan el exotismo de los cruces raciales: mulatos, moriscas, albinos… Si se tratara de los perros marrones del parque, todavía; pero no es el caso.
Tampoco queremos alabar porque sí cualquier mezcla cultural, pues bien sabemos, por desgracia, que el kebab de la esquina puede estar frecuentado por gente que defienda la retirada de la tarjeta sanitaria a los migrantes sin papeles. Al igual que puedo menear mis caderas con pasión ante los trepidantes ritmos de la electrocumbia y optar por llevar a mis hijos al cole concertado, pues en el público hay “demasiada mezcla complicada”. La mezcla, cuando no se acompaña de nada más, poco aporta.
Cuando hablamos de mestizaje, y se lo aplicamos a la acción política en nuestros barrios, nos referimos a la experiencia de todos aquellos colectivos y redes que habitan espacios mestizos. En un mundo cada vez más fragmentado, marcado por la competencia de todos contra todos, donde miles de fronteras nos separan hasta hacernos invisibles los unos para los otros, mezclarse, salir de nuestra posición socioeconómica, abandonar los intereses individuales o corporativistas, tomar partido por el otro, se vuelve una tarea urgente.
Dicho esto, añadimos que la tarea desde una perspectiva militante (es decir, comprometida con una búsqueda de transformación del estado de cosas) no es buscar a los que son diferentes para sumarles a nuestras actividades, nuestras luchas. «Ponerse de lado», «tomar partido» no es «dar conciencia». Es permitir que los elementos tumultuosos, ruidosos, vibrátiles, que laten, de lo social vivo se cuelen en la política: sin duda se tornará más compleja, habrá quien diga incluso que menos radical, tocará descifrar nuevas formas o sentidos de lo político, poner nuestras prácticas en tensión. Pero si con ello nos conectamos con los migrantes que paran en el parque, la vecina del quinto, los chavales raperos de Caño Roto, la asociación de vecinos gitana del Pan Bendito, seremos capaces de producir composiciones mestizas que alumbren otro mundo mejor.
Lejos de nosotros la ingenuidad con respecto a estas composiciones: nada tienen de ideales; de hecho, las más de las veces, están atravesadas por una doble instrumentalización: por un lado, quien aspira a contribuir en la transformación del mundo espera del otro que se sume a la tarea de pelear por esa transformación de determinada manera; por otro, quien recibe en primera persona los golpes de la injusticia social, espera del otro que le proteja y de algún modo sirva de puente para una vida mejor soñada, a veces de puro ascenso social. Sin embargo, si por ambos lados existe la apertura y la escucha suficientes, si cada parte es capaz de tomarse en serio al otro, por los resquicios de esta doble instrumentalización, contra ella, se producirá una doble politización, un punto de no retorno donde tanto nuestras aspiraciones para el futuro como nuestra sensibilidad para aprehender el presente pasan a ser otras. Un nuevo lugar donde la injusticia contra otros se viva como propia, donde quedarse parado ante ella sea imposible. Un lugar mestizo, común, contra todo aquello que lucha por separarnos.
*** Buena parte de estas líneas nos las han prestado algunas compas de la red Ferrocarril Clandestino, que allá por 2011 quisieron plasmar por escrito algunas de las tensiones que habitaron esta red de apoyo mutuo entre migrantes y “autóctonos”.
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