Encuentro: Comunidad y recursos

¿Qué es una comunidad? ¿qué es un recurso? ¿cómo se organizan o se deben organizar? Para discutir esto y mucho más nos juntamos unas pocas personas en el EKO de Carabanchel el 20 de Junio de 2015. Que ¿qué sacamos en claro? Pues poca cosa, pero nos lo pasamos de miedo.

Desde el principio quedó claro que los recursos más valorados para casi todas son los más próximos, y tal vez los menos insitucionalizados. Iniciamos la charla/debate con una presentación muy breve que incluyó la mención de un recurso por parte de cada uno de los presentes: El Huerto del Toboso, la RDS (Red de derechos sociales de la Asamblea de Carabanchel), El Nodo de Producción de Carabanchel, la red de amistades, el EKO, las plazas, el grupo de vivienda y los proyectos de necesidades, Legal Sol, El Solar de Matilde, las fiestas del barrio…

A bote pronto esta lista nos dice unas cuantas cosas… como que estamos hablando con personas que conocen bien el barrio, al menos desde el punto de vista de los movimientos sociales, también que el énfasis lo hemos puesto en lo cotidiano, mucho más que en lo excepcional, en lo ordinario más que en lo extraordinario y que hemos preferido hablar de lo poco o nada institucionalizado y monetarizado antes que de las instituciones mercantiles o estatales.

Empecemos por esto último. En el presente escenario de envestida neoliberal en el que incluso la narrativa dominante de la resistencia se centra en el estado, en este debate se visibilizaron otras estructuras de gestión, otras instituciones, otras formas de propiedad y de producción que no son ni públicas ni privadas, ni estatales ni de mercado. Y de repente la tensión se desplazó de la dicotomía público-privado a un paisje mucho más complejo lleno de alianzas imposibles o impensables, de coexistencia, parasitismo, cooperación, delegación, contradicción y lucha que refleja con matices mucho más sutiles como las personas en su vida diaria satisfacen sus necesidades.

A lo largo del debate se van aclarando posiciones acerca de la preferencia de algunos por la autogestión y del empeño por visibilizar que lo que permite la reproducción de la vida no son los recursos públicos o los servicios sociales, las leyes de dependencia, ni siquiera el llamado tercer sector, sino las redes de apoyo mutuo, la familia, los amigos, el barrio, la comunidad.

Ahora bien, hay una tensión también en el debate acerca del papel que queda para el estado y las instituciones mercantiles. ¿Una sociedad de la autogestión pura sería un grupo de gente autogestionandose la pobreza y otro grupo autogestionandose la riqueza? Ese no sería, desde luego, un resultado ideal. Sería una sociedad dual de antagonismos insalvables. Sin embargo el par público-comunitario no implica tampoco una relación ideal. Este binomio no esta exento de problemas y contradicciones, desde lo semántico y simbólico hasta lo más físico. Cuando el estado holandés anuncia el paso de una sociedad del bienestar a una sociedad participativa está abriendo la puerta a la autogestión, pero la participación también puede ser un regalo envenenado destinado a renunciar a la responsabilidad de la redistribución y a aligerar el estado, entregando en bandeja de plata sectores enteros de la economía al mercado. Por eso es importante entender qué se entrega a la autogestión y qué no y porqué. Y sobretodo, ¿cómo se entiende la participación en este contexto?

Este parasitismo, en el cual tanto estado como capital son expertos, es la otra cara de la moneda de la autogestión, la cara más peligrosa. Pero dejemos este interminable debate sobre la relación entre la autogestión y la institucionalización estatal y la mercanitilización para hablar un poco más de nuestro sujeto favorito: la comunidad.

La comunidad, lo comunitario, lo común, lo colectivo, ¿qué son?, ¿lo son todo? Todo es comunidad, todo lo que nos rodea, las instituciones, la familia, los amigos… O ¿es comunidad solo aquel grupo con el que alguien comparte cuantos más ambitos de la vida mejor? ¿Hay entonces grados de comunidad? ¿Es – por ejemplo –  el ascensor un lugar donde crear comunidad? y más aún ¿la comunidad viene dada? ¿es? o ¿por lo contrario se crea?. Y si se crea, ¿cómo se crea? ¿A traves de la lucha, de la convivencia, de los intereses comunes, de lo territorial, de la proximidad, de la ideología o la afinidad? Y en cualquiera o en cada uno de estos casos, ¿para qué sirve? ¿para reclamar?, ¿para exigir al estado? ¿para cubrir a este cuando falla o se retira? ¿para luchar contra él?, ¿para sustituirlo?, ¿para reforzarlo? ¿todas las anteriores son válidas? ¿puede ser un agente transformador? o ¿es básicamente reproductor de las dinámicas existentes?

Llegados a este punto aparece la pregunta estrella ¿qúe hay que hacer para cambiar las cosas en el marco de las relaciones entre movimientos sociales e instituciones tanto públicas como privadas? Lo que salió daría para un diccionario aparte, pero resumiendo mucho dos ideas estuvieron dando vueltas por la sala:

  • La idea de reforzar a la comunidad entendida como colectivos informales con lógicas distintas/antagónicas/incompaibles/irreconciliables a las del estado y el capital.
  • La idea de crear una institucionalidad pseudo/cuasi/estatal nueva que tal vez incluiría a la comunidad en alguna de sus acepciones.

¿Qué tipo de instituciones serían esas? ¿cómo crearlas?… Cada vez más preguntas, y cada vez más chungas… Al principio, por ejemplo, teníamos meridianamente claro que a más y mayor comunidad menor desigualdad, pero poco a poco esta certeza, lo sentimos mucho, también se empezó a tambalear. ¿Significa más comunidad necesariamente menos desigualdad? ¿Se reproducen las desigualdades menos visibilizadas como las género? ¿Solo en el caso de las necesidades básicas? ¿Solo tiene potencial bajo ciertas circunstancias? En cualquier caso mejor permanecer vigilantes…

Pero, ¿vigilantes a qué? ¿qué vigilar? Prestamos normalmente más atención a lo excepcional, a lo poco común, lo extraordinario y damos por hecho, invisibilizamos, no vemos y por tanto despreciamos lo cotidiano, lo común, lo normal. Tendemos a valorar más la capacidad de hacer cirugías a corazón abierto que la capacidad de cuidar, alimentar, calentar, consolar y en fin, dar soporte a la vida cotidiana, aun cuando, eso, la vida cotidiana, la mayor parte de la vida, depende más de estas últimas cosas normales que de las cirugías a corazón abierto.

De la misma forma nos gustan los grandes momentos históricos, las rupturas, los colapsos, los cortes limpios, por excepcionales que sean y tendemos a menospreciar también lo paulatino, lo lento. La idea de que vamos despacio porque vamos lejos atrae menos que la idea de tomar un palacio de invierno. La revolución como momento histórico excepcional antes que la revolución como proceso paulatino de cambio. Proceso que presenta su mejor expresión, aunque la única, en el día a día, en la asamblea, en el café, en la charla, el abrazo, la construcción de lazos de ayuda mutua, estructuras de autogestión y autodefensa estables y duraderas.

¿Se puede acabar con la desigualdad con un golpe de estado, con una ruptura limpia y clara? ¿es, por el contrario, un trabajo lento y progresivo que va desde lo más íntimo de las relaciones personales hasta las estructuras más complejas?, ¿tenemos el tiempo suficiente para lo segundo y la fuerza suficiente para lo primero? ¿Por dónde empezar? ¿a qué dar prioridad?

De todo esto y mucho más hablamos y como siempre terminamos con la cabeza hecha un lío, con un monton de preguntas y casi ninguna respuesta y con un puñado de palabras más que alguien definirá para el irrepetible diccionario de las periferias.

(ver Diccionario de las periferias, Nodo de Autogestión de Carabanchel, ESLA Eko, El Solar de Matilde, Asamblea Popular de Carabanchel, Legal Sol)

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