El bus de barrio siempre ha sido diferente del de centro ciudad. Transita otro espacio donde rigen otras normas no escritas. Al envejecimiento de las periferias se une que el bus de barrio solía ser bastante multitudinario. Una de esas normas no escritas es el respeto escrupuloso a los asientos reservados a mayores o personas con distintas dificultades de movilidad. No hay narices de usurpar a esos vecinos sus asientos, al contrario de lo que ocurre en los buses del centro. Puede que tenga que ver con que mucha gente se conoce, se saludan y charlan tanto con el conductor (conocido y conocedor de todos los de un mismo horario) como entre ellos. Aunque por una rara carambola un asiento reservado vaya libre, en el bus de barrio vas de pie, si quieres apoyado en el vacío, pero no te sientas.
El espacio físico del barrio, sus calles, también son distintas, apenas hay tráfico pero los parones son constantes debido a las innumerables furgos y coches aparcados en doble fila. La norma es clara: el conductor no se altera, va sorteando lo que puede, entrando al carril contrario, agradeciendo a los que le permiten el paso. En el barrio hay manga ancha, para nadie es un crimen la doble fila, se aparca donde se puede. En vez de tráfico rodado, es un “tráfico parado”.
Una característica fundamental que define al bus de barrio frene al de centro ciudad es que la gente se monta para pocas paradas: de 1 a 3 es lo normal. Los que salen de Renfe para bajar en la siguiente porque vuelven a casa, lo que van con 4 bolsas y el carro del super, la madre con los niños del colegio a la extraescolar o a casa, o el grupo de mayores que ha ido a merendar a la cafetería dos paradas más allá de su portal. Puede ser desquiciante y obliga al conductor a detenerse en absolutamente todas las paradas.
Cualquier usuario del bus de barrio sabe quiénes son los demás y a dónde van. No hay misterio. Si no lo sabes o no quieres saberlo, da igual porque te lo cuentan, lo hablan entre ellos o con el conductor que va relajado comiendo pipas. Y si hay algún extraño que pregunta o necesita algo, es atendido como mínimo por otros 3 usuarios. Cuando el bus sale del barrio la gente cambia. Ya no sabes quienes ni a dónde. Y no importa, así que dejas de prestarles atención. Es verdad que a veces brotan los nervios en el bus de barrio: cuando la abuela manda a un nieto de avanzadilla para detenerlo hasta que ella aparece renqueando, o si o algún despistado pasa la tarjeta sanitaria por la maquinita en vez del abono. Pero está implícitamente prohibido ponerse nervioso, PARA QUÉ?
De ese bus multitudinario y entrañable hemos pasado a un bus confinado. Un bus donde se obliga al uso de la mascarilla y a guardar la distancia social. Distancia social? QUÉ ES? El bus de barrio como lugar donde saludas a la madre de un amigo del colegio, o al vecino que no ves hace días, es la antítesis de la distancia social.
Este bus de barrio confinado no es tan multitudinario, es verdad que hay más silencio y más miradas, pero es una distancia física. Estos días en el bus confinado también se grita más porque los otros están más lejos y por si acaso con la mascarilla no te oyen tan bien. Y se sigue escuchando el grito de siempre cuando alguien pregunta en alto por la salud de un familiar o por los problemas económicos del vecino que está esperando el ERTE. Esto produce un suspiro general de alivio porque la ÉTICA DEL CUIDADO, del preocuparse por el otro, se mantenga desde la distancia física y nunca social.