No pienses en Los Ángeles cuando hablamos de casa dispersa, por una vez no se trata de urban sprawl.
Le Corbusier fue solo el mayor exponente, el más reconocido y más popular de los proponentes de la separación radical de espacios: aquí se vive (entendiendo por vivir dormir), aquí se recrea uno (entendiendo por recrearse consumir ocio), aquí se trabaja (entendiendo por trabajo empleo) y por aquí se va (en coche, claro). Esto implicaba una hiperespecialización de los espacios. Esta hiperespecialización es la expresión más radical de la división entre las esferas de la producción y las de la reproducción típica del capitalismo, trabajar y vivir son dos cosas completamente diferentes. Pero esta división es incompleta porque nunca los sueños totalitarios de Le Corbusier ni de sus pares gubernamentales, que buscaban la racionalización económica y la funcionalidad extrema se hicieron realidad del todo. Siempre hay palos en las ruedas del sistema.
Esta división entre las dos esferas separa la producción de cosas de la producción de personas cuya relación queda inevitablemente mediada por el mercado, por cierto, con un curioso efecto: en la esfera reproductiva compramos objetos a los que otorgamos características humanas y en la esfera productiva compramos fuerza de trabajo a la que tratamos como objetos. En este proceso, para una esfera queda invisibilizada la forma de producción de las mercancías (el consumidor ni siquiera se pregunta en que condiciones se fabrica lo que compra) y para la otra, queda invisibilizada la forma de producción de las personas (al empresario no le preocupan las condiciones en las que sus asalariados viven). Este doble proceso de invisibilización, cuyo origen se encuentra en la división y la hiperespecialización, hace difícil ver la explotación implícita de una forma de vida mercantilizada.
Por eso construimos casas dispersas, porque deshacer esa separación física se antoja ahora particularmente difícil y porque creemos que la separación simbólica es, si cabe, más importante. Construimos casas dispersas en las que las dos esferas se entrelacen, se superpongan y se mezclen porque mantener la separación y la intermediación del mercado implica poner precio a todo lo que necesitamos para dar soporte a nuestras vidas y por tanto también la necesidad de vender nuestras vidas al mejor postor para poder sobrevivir.
Una casa dispersa es aquella que se construye física y simbólicamente entre y dentro de esos espacios tan vilmente separados, para rehacer lo que el hogar, la vivienda, la casa, la morada, alguna vez fue (y si no lo ha sido nunca, para que lo sea de una vez!): una red de lugares en los que las personas pueden producir para sí colectivamente lo que necesitan, lo que desean, sin la intermediación del mercado ni la tutela del estado. Por eso la casa dispersa no es ni pública ni privada, sino más bien un lugar de experimentación de formas de propiedad y uso alternativas. Tiende a ser común, colectiva o colectivizable y por lo tanto no es la casa mía ni la tuya, sino la casa nuestra que tiene sus diversas funciones separadas a veces físicamente pero fuertemente unidas por los lazos de amistad, por el imaginario, por proyectos que se mezclan por entre las grietas, las puertas y las ventanas de unos espacios y de otros. Por eso la casa dispersa no es solo una o varias casas, edificios o solares asociados a un territorio y a uno o varios usos, sino también es un proceso de construcción social, una trama de relaciones asociada a unos grupos más o menos abiertos de personas.
El jardín o el patio de muchas casas de Carabanchel es un solar que ha sido reapropiado entre muchas, está a unos pocos metros del lugar donde algunos duermen y a unos pocos kilómetros de otros. El salón de algunas casas es a veces un mercado para algunos, a veces un comedor enorme. Y en algunas casas tenemos cosas que no hay en otras, como una habitación taller de carpintería o una sala de costura todavía por reparar. A veces producimos personas, identidades, cosas, ideas, jabones y cervezas y luego nos vamos en bici a un concierto sin salir de casa.
(ver todas las entradas del Diccionario de las Periferias)
(ver todas las entradas relacionadas con vivienda)
(ver crónica del encuentro “Sobre las casas sin gente y la gente sin casa!”)