Línea gris
Algo pasa cada pocos minutos en la vieja estación de ferrocarril hoy convertida en centro comercial y en nudo de transportes. Si vienes de Moncloa y Argüelles, notarás que tu vagón también se ha renovado, que tus compañeros de viaje han cambiado antes de que llegues a Puerta del Ángel y a Alto de Extremadura. Ha sido en un abrir y cerrar de ojos, en un salir y entrar al tunel. En Príncipe Pío se han bajado unos y han subido otros. Estás en la Línea Gris, una línea que atraviesa el río justo en ese punto para iniciar su travesía por los barrios periféricos del sur, pero también en una línea gris -difusa, poco visible- que define los contornos de la desigualdad social en Madrid. A la gente «arreglada» y «cosmopolita» que viajaba contigo le ha sustituido otra gente con otros cuerpos más cansados, otros rostros más oscuros y otras ropas más baratas. Esa línea gris prosigue su recorrido con el mérito de conectar periferia con periferia -algo raro en una ciudad radial-, recorriendo Latina, Carabanchel y Usera antes de volver a cruzar el río y renovarse nuevamente tras su paso por Pacífico. Seguirá entonces los contornos del tercer cinturón haciendo el recorrido de las rondas, esas que delimitaban la ciudad burguesa del XIX, pero ya sin atreverse nuevamente a cruzar al otro lado, manteniéndose en la frontera. Sin embargo, más adelante volverá a cruzar el río, volverá a cruzar la frontera tras haber pasado nuevamente por Príncipe Pío. Porque la línea gris es la más larga del mundo, es infinita, no acaba en ningún sitio, da vueltas sobre la ciudad dibujando su composición social y atravesando las fronteras subjetivas. Es una línea que une distintos lugares de la ciudad, pero también una línea gris que nos separa a unos de otros.
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